Llevo unas semanas trabajando en la consulta con un chico que tiene problemas de erección desde hace muchos años. Ha avanzado muchísimo en muy poco tiempo, por lo que el otro día le pedí que relatase cómo son sus relaciones sexuales ahora y cómo ha ido mejorando este tiempo. ¡Espero que os guste!
(…) Pincha para descargar el relato completo: La habitación del egoísmo
Tenía problemas de erección
Nos fuimos a la habitación y nos desnudamos, seguimos besándonos y tocando nuestros cuerpos durante un buen rato. Entonces apareció el problema que me había estado jodiendo en los últimos tiempos: mi polla no se empalmaba. Allí estaba, flácida y lánguida como un gusanillo, inalterable aún cuando una tormenta de sensaciones de lo más excitantes le estaban cayendo encima.
Ya me había pasado más veces, y por eso sabía lo que podría pasar. Esa sensación de agobio, el peso que sientes en los hombros con la carga de toda la sociedad, la que dice que tienes que ser todo un hombre y empalmarte como un orangután, que se te ponga dura como una piedra.
La sensación de nervios porque sabes que espera que seas ese hombre, que la folles, la penetres y la rompas en dos mitades. La inseguridad por saber que dirá que no te preocupes, que son cosas que pasan; con la mayor condescendencia y siendo lo más banalmente complaciente posible.
Pero a ella no, a ella parecía no importarle. Ella seguía a lo suyo, pasándoselo bien con mi cuerpo, sin importarle lo que me pasase o lo que yo pensase. Disfrutaba más ella sola, sin ser penetrada, que todas aquellas chicas a la que solamente buscaban que las penetrase. Siguiendo su razonamiento, hice lo mismo. Yo también iba a disfrutar de su cuerpo sin preocuparme de lo que ella, o yo mismo pensásemos.
La cogí de las muñecas y me puse encima de ella, la detuve. La miré a los ojos y sonreí. Empecé a chuparle los pezones, saltaba del derecho al izquierdo continuamente. Lengüetazos en uno, mordiscos en el otro, iba cambiando de uno a otro, y notaba en mi lengua como se iban poniendo más y más erectos. Entonces baje a su coño. La visión era magnifica. Empecé a besarle y mordisquearle el interior de sus muslos para acto seguido pasar la punta de mi lengua rozando los labios de su coño. Por un segundo ella dejó de respirar y su espalda se arqueo, para acto seguido espirar todo el aire que había contenido Supuse que iba por buen camino.
Escupí en su coño. Me encantaba jugar con la saliva. No sabia si a ella le gustaba aquello, pero daba igual, no debía pensar. Si a ella no le gusta, era ella quien debía decírmelo. Cuando follamos volvemos a ser como animales, animales que carecen de empatía y sólo sepreocupan de su placer. Egoísmo.
Con su coño bien humedecido empecé a pasar mi dedo con mucha suavidad por sus labios, de arriba a abajo. Jugaba con su pequeño clítoris, con mis dedos, lo presionaba, lo estiraba; no tenía ninguna prisa. Me estaba divirtiendo con su coño. No sé a ciencia cierta si aquello la excitaba, pero yo me divertía mucho haciéndolo, y a juzgar por su respiración, gemidos y cómo clavaba sus uñas en mi brazo, parecía que le gustaba.
Tras un buena rato trabajando allí abajo, tras aumentar paulatinamente la intensidad y frecuencia de mis labores en aquella zona, ella termino corriéndose. Su cuerpo comenzó a convulsionarse, retorciéndose de placer, cogí sus manos y me incorpore sobre ella para besarla. Aún con restos de su esmegma en mi boca, la bese profundamente. Quería que ella probase el sabor de su coño.
Me recosté sobre la cama y ella apoyo su cabeza en mi pecho. Nos abrazamos y estuvimos así durante unos minutos, sin decir nada. Era un silencio cómodo, reconfortante, que sólo significaba que todo iba bien. Los dos lo sabíamos.
Al rato ella se incorporó y me beso, luego bajó y estuvo jugando con mis pezones. Hacía tiempo que no me sentía tan relajado. Sentía cómo sus tetas rozaban mi polla, y entonces sentí algo que hacía tiempo que no sentía. Ella comenzó a pasar su lengua por mi escroto, y aquella sensación fue a más. Entonces ella se metió en su boca mi polla, empalmada. Lo había logrado. Lo habíamos logrado.
Al final me olvidé del ejercicio. Me olvidé del ejercicio en el que debía explorar con el cuerpo de ella, y el mío propio, sobre el placer egoísta, el placer para uno mismo. Ese era uno de mis problemas, ya que siempre había buscado agradar y complacer a la otra persona, olvidándome de mi. Supongo que era, porque sabía que lo que tenía con aquellas mujeres que había conocido en los últimos tiempos, era tan débil, estaba tan vacío, que buscaba complacerlas para intentar retenerlas a mi lado. Ellas se habrían ido aún siendo el mejor amante. Pero ahora ya daba igual, ahora la tenía a ella.